Cuando
ETECSA promocionó la última oferta de líneas para telefonía celular
(esa que comúnmente se conoce como “30 por 30”) me decidí finalmente a
comprar una y me fui hasta la oficina más cercana a mi casa. Pero allí
había una cola de esas que parece una hidra de mil cabezas, que con
tantas ramificaciones no se sabe dónde comienza o acaba.
Me acerqué a preguntar y resulta que
había quien llevaba dos días durmiendo ahí y rectificando un famoso
listado de 200 personas en el que no habían llamado a más de 50. Aquello
era una misión imposible, así que me largué al FOCSA porque me habían
dicho que allá el asunto estaba mejor.
En esa sucursal del Vedado (al parecer la
única donde no hizo falta la presencia de policías y vendieron al menos
500 líneas diarias) encontré personas de todas las zonas de la capital,
cada una con su propia historia de horror sobre las oficinas de sus
respectivos municipios.
La verdad es que hicieron un trabajo
magnífico. En las cinco horas que pasé allí deben de haber atendido al
menos a 300 personas. Se dedicaron diez puestos de despacho única y
exclusivamente a vender líneas, y pasaban a los clientes de diez en
diez. Pero mi verdadera historia no tiene que ver con eso, sino con los
revendedores de la cola.
Es sabido que los revendedores
“inventaron el invento” y al principio, según me contaron, ponían su
carnet y luego cobraban y se intercambiaban con el cola´o. Entonces en
la oficina comenzaron a escanear los carnets. Para subir a comprar
primero recogían los diez carnets de identidad, por el orden de la cola.
Los escaneaban y luego los entregaban persona a persona. Con eso
lograron que al menos en esos primeros turnos no pudiera meterse nadie
que llegara a última hora, porque luego tiraban tu carnet contra el scan
que tenían para que no hubiera cambios. Claro, los revendedores igual
podían inventar, pero de los primeros diez turnos para atrás. Sin
embargo, ese día presencié una muestra de lo que puede ser el
“empoderamiento ciudadano”.
Resulta que la gente también se cansó de
esos inventos, y entonces una mujer se autodenominó responsable de los
diez turnos siguientes… y mientras se escaneaban los primeros carnets de
la cola, ella recogía los diez próximos, así que a los revendedores no
les quedó más remedio que ponerse a inventar del 20 para atrás. Como
puede suponerse, se les hizo más difícil conseguir clientes.
No pensé que todavía quedara gente así de
honesta en La Habana. Yo misma vi cuántos bichos de esos se le
acercaron a aquella mujer. Venían a ofrecerle dinero por un turno, para
que les recogieran el carnet…¡¡a 5 CUC el turno!! Y la mujer respondía
que no, que había una cola y si ella la estaba haciendo, los demás
también tenían que hacerla. Pero no solo se le acercaban los
revendedores. Recuerdo también que llegó una señora mayor, de aspecto
muy respetable a proponerle lo mismo y le contestó “señora, vaya y
cómprese una bolsita de leche con ese dinero, si usted y otros como
usted no se cuelan, verá lo rápido que avanza”. Y lo mejor es que se lo
dijo con un cariño tremendo.
Ella pudo haber pasado su carnet mucho
antes, pero ahí estuvo, estoica, casi tres horas de pie velando la cola y
esperando que le tocara su turno. ¡Fascinante aquello! La gente pasaba,
compraba, le agradecía y se iba… una heroína anónima. Aunque se notaba
que no lo hacía por el reconocimiento, sino porque simplemente era lo
correcto.
La mujer en cuestión era una mulata con
licra y blusa naranjas. Cuando la vi por primera vez me hice una idea
errada, pues parecía una revendedora más. Confieso que la juzgué mal al
principio, pero me dejó gratísimamente sorprendida y me inspiró, de modo
que me quedé por ella cuando finalmente le tocó su turno de comprar.
¿Qué otra cosa podía hacer? Alguien tenía que seguir organizando
aquello, de lo contrario iba a ser el acabose, igual que en los demás
sitios.
Entonces pude deleitarme diciéndole que
NO a todos los descarados esos. Y créanme, es tan gratificante que no
hace falta nada más. Disfrutando del placer de representar el papel de
mujer cubana con principios y ética entendí la motivación de aquella
mujer.
Toda historia tiene un final, y la mía
termina con mi relevo porque en algún momento, por suerte, me llegó el
turno y tuve que dejar a alguien responsabilizado con la organización de
la cola.
Una mujer con pinta rara vino y se
ofreció. Inicialmente accedí, pensando en que no quería ser prejuiciosa
otra vez. Sin embargo, un par de cosas que dijo me pusieron sobre aviso,
así que fui a escoger a mi sustituto. Encontré a un militar con grados
de mayor y con rostro noble que accedió a tomar el puesto. ¡Pero en lo
que yo tardé en buscar al hombre y regresar, ya aquella señora había
vendido turnos! ¿Pueden creerlo?
Entonces ocurrió algo gracioso y a la vez
esperanzador. Cuando la gente de la cola me vio regresar, fue como si
hubiera llegado la policía, enseguida me dieron las quejas y pidieron
que reorganizara. Le pedí a la mujer los carnets y me los dio, de lo
contrario creo que ahí mismo la hubieran linchado. Bajo protesta de la
mujer aquella (aunque no me podía importar menos lo que pensara), los
repartí, y luego los volví a recoger por el orden de la cola, y muy
solemnemente se los entregué al mayor, que los volvió a contar para
estar seguro. Le expliqué el mecanismo y entré. Cuando salí, fui a
preguntarle al mayor qué tal iba, y me respondió que bien, sin
problemas. Antes de irme me miró y me dijo sonriente “te quiero”.
¡Ahhh! ¡Se me olvidaba lo mejor! Esos
revendedores esos son más difíciles de quitar que una mala piojera.
Finalmente lo que tuvieron que hacer fue cobrar por hacer la cola y
comprarle al cliente su línea. Vaya, básicamente hacerle el trámite
completo. Así que justo delante del grupo en el que me tocaba a mí,
pasaron tres revendedoras, de modo que coincidimos mientras ellas salían
y yo entraba. Cuando me vieron, me dijeron muertas de risa “Já, ahora
sí se acabó el control” y yo, también muerta de risa les contesté
“Bueno, ahí dejé a un militar en mi lugar”… ¡y ya no les hizo tanta
gracia!
Tremenda historia ¿no? Hubiera estado bueno para una de las crónicas de Eduardo Galeano. ¡Todavía no me creo que lo haya vivido!
*Nota: Aunque me tomé la
libertad de escribir esta crónica en primera persona, la verdadera
protagonista es una gran amiga, que me autorizó para narrar su
experiencia.
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