Como parte de las acciones subversivas contra la Revolución Cubana, y dentro del proceder de la Operación Mangosta
en la isla se llevaron a cabo una serie de virulentos crímenes, que le
costaron la vida a muchas personas. Dentro de los mismos se encuentra el
caso la familia de Pío Romero, «que ayudaba con todas las labores de la Revolución».
A las ocho y media de la noche del 2 de julio[1] en la casa de Pío Romero en la finca San José de Altamira[2] la familia se encontraba concluyendo las tareas habituales. De pronto, se sintió un ruido afuera. Sin dar tiempo a nada, un grupo de hombres armados apareció en los alrededores de la casa y se lanzó al asalto. En esta ocasión no mediaron palabras. Mientras unos golpeaban a la menor Paula Romero, a su hermana Teodora y a su madre Vicenta, otros trataron de levantar de la cama a Bartolo Rafael Romero Rojas, de sólo catorce años, que se encontraba enfermo, pero la madre se les enfrentó y les manifestó que aquel joven no pertenecía a la familia, que era un trabajador de la finca.
Acto seguido agredieron a José Pío Romero Santander, de cincuenta y un años, y a Eustaquio Polo Romero, un sobrino de ambos, de veinticuatro años. Después de golpearlos, brutalmente, los sacaron de la casa a culatazos y bayonetazos. Una vez separados del resto de la familia, los arrastraron hasta la cerca de un corral y los acribillaron a balazos. Antes de retirarse, uno de los bandidos tomo un pedazo de papel y escribió una nota muy bien trazada.[3]
[…] Juan Lucio Morales Sosa, secretario y ayudante de Carretero[4] y participante de los hechos, declaró:
De esta manera podemos ver cómo actuaban las bandas de los alzados: rehuyendo el combate frontal con las fuerzas revolucionarias, e intentando sembrar el pánico entre las vecindades de las zonas rurales. […]
Hay que decir que ni un solo asesino quedó impune, hay que decir que ninguno de aquellos malhechores que ultimaron a brigadistas, a maestros, a obreros, a campesinos, logro escapar; hay que decir que la ley y la justicia cayeron sobre los culpables […].[6]
Este hecho no solo demostró la talla criminal de los ejecutores, sino también el sufrimiento y dolor al que estaba sometido el pueblo cubano continuamente, sin importar edad, sexo, o color, todos eran víctimas de los más crueles abusos.
A las ocho y media de la noche del 2 de julio[1] en la casa de Pío Romero en la finca San José de Altamira[2] la familia se encontraba concluyendo las tareas habituales. De pronto, se sintió un ruido afuera. Sin dar tiempo a nada, un grupo de hombres armados apareció en los alrededores de la casa y se lanzó al asalto. En esta ocasión no mediaron palabras. Mientras unos golpeaban a la menor Paula Romero, a su hermana Teodora y a su madre Vicenta, otros trataron de levantar de la cama a Bartolo Rafael Romero Rojas, de sólo catorce años, que se encontraba enfermo, pero la madre se les enfrentó y les manifestó que aquel joven no pertenecía a la familia, que era un trabajador de la finca.
Acto seguido agredieron a José Pío Romero Santander, de cincuenta y un años, y a Eustaquio Polo Romero, un sobrino de ambos, de veinticuatro años. Después de golpearlos, brutalmente, los sacaron de la casa a culatazos y bayonetazos. Una vez separados del resto de la familia, los arrastraron hasta la cerca de un corral y los acribillaron a balazos. Antes de retirarse, uno de los bandidos tomo un pedazo de papel y escribió una nota muy bien trazada.[3]
[…] Juan Lucio Morales Sosa, secretario y ayudante de Carretero[4] y participante de los hechos, declaró:
[…] Jiménez, yo, y cuatro hombres más rodamos la casa, desde allí pudimos ver que Blas junto con tres más sacaban a Pío a fuerza de golpes para afuera, acribillándolo a balazos, entonces fuimos todos para allá y sacamos a Eustaquio y a Ana a fuerza de golpes. A Eustaquio le entramos a patadas, culatazos, lo acribillamos a balazos y le clavamos una bayoneta en el cuello, a Ana le entramos también a golpes y a tiros. Después de hecho esto Macho Jiménez me dijo que le apretara los órganos genitales a Pío Romero, lo cual hice ya casi estando muerto, también, me dijo que lo rematara, lo cual hice metiéndole veinte tiros, mientras yo hacía esto vi a Blas cuando le estaba entrando a culatazos a la hija y a la mujer de Pío. Cuando nos fuimos hicimos unas descargas y sobre los muertos dejamos un papel que decía: «A estos los cogió la rueda de la carreta».[5]
De esta manera podemos ver cómo actuaban las bandas de los alzados: rehuyendo el combate frontal con las fuerzas revolucionarias, e intentando sembrar el pánico entre las vecindades de las zonas rurales. […]
Hay que decir que ni un solo asesino quedó impune, hay que decir que ninguno de aquellos malhechores que ultimaron a brigadistas, a maestros, a obreros, a campesinos, logro escapar; hay que decir que la ley y la justicia cayeron sobre los culpables […].[6]
Este hecho no solo demostró la talla criminal de los ejecutores, sino también el sufrimiento y dolor al que estaba sometido el pueblo cubano continuamente, sin importar edad, sexo, o color, todos eran víctimas de los más crueles abusos.
[1] 1962.
[2] Villa Clara.
[3] Pedro Etcheverry Vázquez, y Santiago Gutiérrez Oceguera: «La mangosta», en: Bandidismo. Derrota de la CIA en Cuba. Editorial Capitán San Luis, La Habana, Cuba, 2008. pág. 222.
[4] Julio E. Carretero. Dirigente de la banda que asesinó a esta familia.
[5] Con la palabra «Carreta» se estaba haciendo referencia a Julio E. Carretero, llamado así por sus compinches.
[6] Fidel Castro Ruz: Discursos. Obra Revolucionaria,
Centro de Documentación de Cuba, junio-julio de 1995, pp. 152-153.
Citado por Pedro Etcheverry Vázquez y Santiago Gutiérrez Oceguera: «La
última batalla», en: Bandidismo. Derrota de la CIA en Cuba, Editorial Capitan San Luis, La Habana, Cuba, 2008. pp. 337.
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