Las bandas de alzados que actuaron en nuestro país en la
primera mitad de la década de los años sesenta, contaron con el apoyo de
varias organizaciones contrarrevolucionarias que habían sido creadas
previamente por la Agencia Central de Inteligencia de los Estados
Unidos, para que cometieran acciones terroristas que contribuyeran a
crear un clima de desestabilización interna y evitaran la consolidación
de nuestro proceso revolucionario.
Desde diciembre de 1962, en Matanzas, la banda de alzados encabezada por Francisco Hernández Suárez, conocido por Pancho el Gallego, actuaba en el municipio de Bolondrón, particularmente en los barrios de Tienda Nueva, Lucía, Galeón y Zapata, donde contaba con varios colaboradores.
Esta banda estaba subordinada al connotado contrarrevolucionario Juan José Catalá Coste, conocido por Pichi Catalá, un individuo que en 1961 había sido segundo al mando de un cabecilla de alzados que había abandonado a sus hombres para huir hacia Estados Unidos, Erelio Peña Fernández, Yeyo (actualmente uno de los directivos de la Fundación Nacional Cubano Americana) y había estado dirigido y apoyado por el agente de la CIA Ernestino Abreu Horta, quien en esa fecha actuaba con el nombre de Juan José González y bajo la cobertura de coordinador militar provincial del Movimiento de Recuperación Revolucionaria (MRR).
Como todas las demás bandas de alzados, la de Pancho el Gallego jamás atacó un objetivo militar, ni logró establecerse en una región determinada, y no disponía de un programa de acción para enfrentarse frontalmente a la Revolución. Desde su surgimiento en el seno de una sociedad que contaba con el apoyo de la amplia mayoría del pueblo, los alzados se dedicaron a evitar el combate con las fuerzas revolucionarias mientras sembraban el terror, realizando sabotajes contra objetivos económicos y sociales y cometiendo crímenes contra personas indefensas, torturando y ahorcando maestros y brigadistas alfabetizadores, masacrando ancianos, mujeres e incluso niños.
El 24 de enero de 1963, Pancho el Gallego se reunió con los elementos que integraban su banda y con sus principales colaboradores y analizaron las posibilidades que tenían de realizar una acción terrorista contra alguna familia de campesinos que mantuvieran una postura revolucionaria en la zona donde actuaban. Con un hecho como este, los alzados en Matanzas intentaban ganar el protagonismo que necesitaban, para continuar recibiendo apoyo material y financiero de parte de las organizaciones terroristas y la CIA.
En aquella reunión, el colaborador José Rodríguez Díaz, conocido por Cheo el Miliciano, tuvo la desfachatez de proponer que se asesinara a su propio primo, Gregorio Rodríguez Rodríguez, a quien conocían por Goyo, y como argumentó que era simpatizante de la Revolución, su proposición no tardó en ser aceptada.
Durante la noche del mismo día 24, los alzados y sus colaboradores se dirigieron a caballo a la finca La Candelaria, ubicada en el barrio Galeón, municipio de Bolondrón, donde residía esta humilde familia campesina.
Cuando llegaron a la casa -con el pretexto de que indagaban por la dirección del administrador de una granja cercana- conminaron a salir a Gregorio, pero este se percató del peligro y se negó a obedecerlos, pensando que los bandidos no serían capaces de atacar una vivienda habitada, donde a esa hora su mujer realizaba los quehaceres domésticos y sus hijos hacían las tareas escolares.
De repente y sin mediar más palabras, los bandidos comenzaron a disparar indiscriminadamente contra la casa, causándole la muerte a Fermín Rodríguez Díaz y su hermanita Yolanda, de 12 y 10 años de edad respectivamente y provocándoles heridas graves a las niñas Felicia de 16 y a Josefa de solo 7 años. En esta deleznable acción también resultó herida la madre Nicolasa Díaz Rodríguez. Como siempre, una vez consumados los hechos, los atacantes huyeron ante el temor de que se presentaran las Milicias.
Al día siguiente, los colaboradores que habían participado en la elección del candidato a asesinar y habían acompañado a los bandidos hasta el lugar donde cometieron el crimen, se trasladaron a Bolondrón y estuvieron presentes en el entierro de los niños asesinados, en un mayúsculo gesto de hipocresía y cinismo.
Exactamente dos meses después, el 24 de marzo de 1963, fuerzas de los batallones de Lucha Contra Bandidos y las Milicias Nacionales Revolucionarias realizaron una operación militar en la finca La Esperanza, barrio Tienda Nueva, en Bolondrón, en la que resultó liquidada esta banda. Más tarde sus colaboradores fueron detenidos y sancionados de acuerdo con lo previsto en las leyes vigentes.
La trágica muerte de los hermanos Fermincito y Yolandita Rodríguez Díaz, que vieron tronchadas sus vidas en plena niñez y no pudieron crecer felices en el seno de una sociedad que les posibilitaba vivir plenamente y educarse, para que en un futuro no muy lejano pudieran ser más útiles a su Patria y a su pueblo, ha quedado en nuestra memoria histórica como «El crimen de los niños de Bolondrón».
Este triste suceso es uno de los hechos terroristas que el pueblo de Cuba continúa recordando 40 años después y que jamás podrá olvidar, por eso es evocado ahora con más fuerza que nunca, cuando nuestros cinco compatriotas[1]permanecen injustamente encarcelados en prisiones norteamericanas, por evitar la ejecución de nuevos hechos terroristas contra su pueblo.
Desde diciembre de 1962, en Matanzas, la banda de alzados encabezada por Francisco Hernández Suárez, conocido por Pancho el Gallego, actuaba en el municipio de Bolondrón, particularmente en los barrios de Tienda Nueva, Lucía, Galeón y Zapata, donde contaba con varios colaboradores.
Esta banda estaba subordinada al connotado contrarrevolucionario Juan José Catalá Coste, conocido por Pichi Catalá, un individuo que en 1961 había sido segundo al mando de un cabecilla de alzados que había abandonado a sus hombres para huir hacia Estados Unidos, Erelio Peña Fernández, Yeyo (actualmente uno de los directivos de la Fundación Nacional Cubano Americana) y había estado dirigido y apoyado por el agente de la CIA Ernestino Abreu Horta, quien en esa fecha actuaba con el nombre de Juan José González y bajo la cobertura de coordinador militar provincial del Movimiento de Recuperación Revolucionaria (MRR).
Como todas las demás bandas de alzados, la de Pancho el Gallego jamás atacó un objetivo militar, ni logró establecerse en una región determinada, y no disponía de un programa de acción para enfrentarse frontalmente a la Revolución. Desde su surgimiento en el seno de una sociedad que contaba con el apoyo de la amplia mayoría del pueblo, los alzados se dedicaron a evitar el combate con las fuerzas revolucionarias mientras sembraban el terror, realizando sabotajes contra objetivos económicos y sociales y cometiendo crímenes contra personas indefensas, torturando y ahorcando maestros y brigadistas alfabetizadores, masacrando ancianos, mujeres e incluso niños.
El 24 de enero de 1963, Pancho el Gallego se reunió con los elementos que integraban su banda y con sus principales colaboradores y analizaron las posibilidades que tenían de realizar una acción terrorista contra alguna familia de campesinos que mantuvieran una postura revolucionaria en la zona donde actuaban. Con un hecho como este, los alzados en Matanzas intentaban ganar el protagonismo que necesitaban, para continuar recibiendo apoyo material y financiero de parte de las organizaciones terroristas y la CIA.
En aquella reunión, el colaborador José Rodríguez Díaz, conocido por Cheo el Miliciano, tuvo la desfachatez de proponer que se asesinara a su propio primo, Gregorio Rodríguez Rodríguez, a quien conocían por Goyo, y como argumentó que era simpatizante de la Revolución, su proposición no tardó en ser aceptada.
Durante la noche del mismo día 24, los alzados y sus colaboradores se dirigieron a caballo a la finca La Candelaria, ubicada en el barrio Galeón, municipio de Bolondrón, donde residía esta humilde familia campesina.
Cuando llegaron a la casa -con el pretexto de que indagaban por la dirección del administrador de una granja cercana- conminaron a salir a Gregorio, pero este se percató del peligro y se negó a obedecerlos, pensando que los bandidos no serían capaces de atacar una vivienda habitada, donde a esa hora su mujer realizaba los quehaceres domésticos y sus hijos hacían las tareas escolares.
De repente y sin mediar más palabras, los bandidos comenzaron a disparar indiscriminadamente contra la casa, causándole la muerte a Fermín Rodríguez Díaz y su hermanita Yolanda, de 12 y 10 años de edad respectivamente y provocándoles heridas graves a las niñas Felicia de 16 y a Josefa de solo 7 años. En esta deleznable acción también resultó herida la madre Nicolasa Díaz Rodríguez. Como siempre, una vez consumados los hechos, los atacantes huyeron ante el temor de que se presentaran las Milicias.
Al día siguiente, los colaboradores que habían participado en la elección del candidato a asesinar y habían acompañado a los bandidos hasta el lugar donde cometieron el crimen, se trasladaron a Bolondrón y estuvieron presentes en el entierro de los niños asesinados, en un mayúsculo gesto de hipocresía y cinismo.
Exactamente dos meses después, el 24 de marzo de 1963, fuerzas de los batallones de Lucha Contra Bandidos y las Milicias Nacionales Revolucionarias realizaron una operación militar en la finca La Esperanza, barrio Tienda Nueva, en Bolondrón, en la que resultó liquidada esta banda. Más tarde sus colaboradores fueron detenidos y sancionados de acuerdo con lo previsto en las leyes vigentes.
La trágica muerte de los hermanos Fermincito y Yolandita Rodríguez Díaz, que vieron tronchadas sus vidas en plena niñez y no pudieron crecer felices en el seno de una sociedad que les posibilitaba vivir plenamente y educarse, para que en un futuro no muy lejano pudieran ser más útiles a su Patria y a su pueblo, ha quedado en nuestra memoria histórica como «El crimen de los niños de Bolondrón».
Este triste suceso es uno de los hechos terroristas que el pueblo de Cuba continúa recordando 40 años después y que jamás podrá olvidar, por eso es evocado ahora con más fuerza que nunca, cuando nuestros cinco compatriotas[1]permanecen injustamente encarcelados en prisiones norteamericanas, por evitar la ejecución de nuevos hechos terroristas contra su pueblo.
[1]
En el momento de la elaboración de este artículo, permanecían
prisioneros los cinco, pero que para para este momento de publicación en
nuestro portal web, ya uno de ellos se encuentra en libertad- René- , y
Fernando, debe salir en febrero.
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