WASHINGTON.—El 4 de enero de 1961, el día después de
que Estados Unidos decidiera romper relaciones con Cuba, el periódico
Revolución amaneció con una portada que aún tensa los músculos y
dispara esa corriente eléctrica que viaja de la espalda a la cabeza
antes de tomar la más antigua de todas las decisiones: huir o pelear.
Un ¡Viva Cuba libre! encabeza la plana y da paso a la noticia del día sobre el fin de los vínculos diplomáticos. Sin embargo, el peso visual recae sobre la bandera de la estrella solitaria dibujada con trazos irregulares. Resaltan el rojo del triángulo equilátero y el azul de tres de sus franjas. Al final, una sola palabra, ¡Venceremos!
La noticia no fue del todo sorpresa. Tras varios meses de tolerancia a las acciones desestabilizadoras de la embajada estadounidense en La Habana, el gobierno revolucionario decidió rebajar el número de funcionarios norteamericanos de 300 a 11, la misma cantidad de cubanos en Washington.
El 2 de enero Fidel habló en la Plaza de la Revolución y explicó las razones de esa medida y aseguró que más del 80 % de la plantilla yanqui estaba compuesta por agentes del servicio de inteligencia del FBI y del Pentágono, quienes habían estado operando impunemente en el país.
El día siguiente, pocas semanas antes de ceder el Despacho Oval al presidente John F. Kennedy, la administración de Dwight Eisenhower utiliza la decisión soberana como una excusa para dar el portazo final.
El 5 de enero aparece en Revolución una declaración oficial del Consejo de Ministros que tiene el sello de Fidel: “El pueblo de Cuba considera rotas sus relaciones con el gobierno de los Estados Unidos, pero no con el pueblo de los Estados Unidos, y espera que esas relaciones algún día vuelvan a restablecerse oficialmente, cuando los gobernantes de Estados Unidos comprendan, al fin, que sobre bases de respeto a sus derechos soberanos, sus intereses legítimos y dignidad nacional, es posible mantener relaciones sinceras y amistosas con el pueblo de Cuba”.
Tuvimos que esperar 53 años, 11 meses y 18 días para que un presidente norteamericano, Barack Obama, anunciara en diciembre pasado que estaba dispuesto a abrir un nuevo capítulo en las relaciones con Cuba y un poco más, hasta el 1ro. de julio de este año, para que confirmara en una carta a Raúl que las futuras relaciones estarían basadas en los principios internacionales, la igualdad soberana, el respeto por la integridad territorial y la no injerencia en los asuntos internos de los Estados.
Es mucho lo que ha cambiado en ese lapso. América Latina es una región distinta que hoy da pasos históricos hacia su unidad dentro de la diversidad. Al mismo tiempo, las encuestas de opinión al interior de los Estados Unidos muestran un apoyo mayoritario al acercamiento con Cuba, incluso superior entre la comunidad cubana, que cada vez más rechaza las políticas que los aíslan de su patria natal y de sus familiares.
Pero nadie se deje confundir con el análisis simplista de que son esas transformaciones los detonantes del 17 de diciembre. Es imposible pensar en ese decursar de los acontecimientos sin la resistencia del pueblo cubano y su determinación de sostener los valores fundacionales de la Revolución.
Y es un logro indiscutible de esa resistencia que el reconocimiento a la legitimidad de la Revolución se dé en vida del liderazgo histórico, que ha logrado conducir la nación en las más difíciles coyunturas, desde Girón a la caída del campo socialista, y el Periodo Especial en tiempo de paz que desencadenó ese suceso en nuestro país.
Quizá estas décadas hayan sido la prueba más dura para un país decidido a mantener su soberanía e independencia al lado de la principal potencia mundial, con una tendencia histórica a querer imponer su voluntad sobre una isla a solo 90 millas de la Florida.
Incluso esta nueva etapa que se abre está signada por la frase de que Estados Unidos ha cambiado sus métodos mas no sus fines. Pero difícilmente esa frase logre asustar a quienes han sufrido los peores métodos de la historia.
Medio siglo es mucho tiempo para una persona pero no para una nación.
Ahora estamos en mejores condiciones para sentarnos a discutir los grandes problemas que existen entre nuestros países, como la permanencia del bloqueo, y también muchos otros que trascienden el diferendo posterior a la revolución cubana, como la devolución del territorio de la ilegal Base Naval de Guantánamo.
Sin duda no será una tarea sencilla y ya se pueden ver las resistencias al interior de Estados Unidos, con una Cámara de Representantes aferrada a los millonarios presupuestos para la subversión hacia Cuba.
Queda mucho camino por delante a la hora de pasar de lo dicho a lo hecho, pero hoy es un día de celebración colectiva.
En la calle 16 de Washington a pocas cuadras de la Casa Blanca, donde hace cerca de un siglo está enclavado el edificio que se construyó para ser nuestra embajada y que después sirvió como sección de intereses, no solo ondeará una reluciente bandera cubana por primera vez en medio siglo. En el segundo piso se expondrá la enseña nacional que fue arriada el 3 de enero de 1961 y guardada celosamente por un funcionario hasta terminar en un museo cubano en Las Tunas.
Esa bandera es mucho más que un símbolo. Los pueblos que olvidan su historia, corren el riesgo de repetirla.
Junto a ella estará hoy en Washington una representación de la sociedad cubana, sus políticos, intelectuales, deportistas, científicos y religiosos, la base del país que hemos construido y, sobre todo, nuestro principal activo para alcanzar la nación a la que aspiramos. También asistirán medio millar de amigos de Cuba que durante estos años han trabajado por una relación distinta entre los dos países.
Y junto a todos ellos estarán los protagonistas de esta historia, 11 millones de cubanos y Fidel y Raúl.
Pero como dijo el Comandante en Jefe tras ganar una guerra en la que todos apostaban por su derrota: “No nos engañamos creyendo que en lo adelante todo será fácil; quizás en lo adelante todo sea más difícil”.
Entonces, como ahora y en los años por venir, nadie lo dude, ¡Vencimos y venceremos!
Un ¡Viva Cuba libre! encabeza la plana y da paso a la noticia del día sobre el fin de los vínculos diplomáticos. Sin embargo, el peso visual recae sobre la bandera de la estrella solitaria dibujada con trazos irregulares. Resaltan el rojo del triángulo equilátero y el azul de tres de sus franjas. Al final, una sola palabra, ¡Venceremos!
La noticia no fue del todo sorpresa. Tras varios meses de tolerancia a las acciones desestabilizadoras de la embajada estadounidense en La Habana, el gobierno revolucionario decidió rebajar el número de funcionarios norteamericanos de 300 a 11, la misma cantidad de cubanos en Washington.
El 2 de enero Fidel habló en la Plaza de la Revolución y explicó las razones de esa medida y aseguró que más del 80 % de la plantilla yanqui estaba compuesta por agentes del servicio de inteligencia del FBI y del Pentágono, quienes habían estado operando impunemente en el país.
El día siguiente, pocas semanas antes de ceder el Despacho Oval al presidente John F. Kennedy, la administración de Dwight Eisenhower utiliza la decisión soberana como una excusa para dar el portazo final.
El 5 de enero aparece en Revolución una declaración oficial del Consejo de Ministros que tiene el sello de Fidel: “El pueblo de Cuba considera rotas sus relaciones con el gobierno de los Estados Unidos, pero no con el pueblo de los Estados Unidos, y espera que esas relaciones algún día vuelvan a restablecerse oficialmente, cuando los gobernantes de Estados Unidos comprendan, al fin, que sobre bases de respeto a sus derechos soberanos, sus intereses legítimos y dignidad nacional, es posible mantener relaciones sinceras y amistosas con el pueblo de Cuba”.
Tuvimos que esperar 53 años, 11 meses y 18 días para que un presidente norteamericano, Barack Obama, anunciara en diciembre pasado que estaba dispuesto a abrir un nuevo capítulo en las relaciones con Cuba y un poco más, hasta el 1ro. de julio de este año, para que confirmara en una carta a Raúl que las futuras relaciones estarían basadas en los principios internacionales, la igualdad soberana, el respeto por la integridad territorial y la no injerencia en los asuntos internos de los Estados.
Es mucho lo que ha cambiado en ese lapso. América Latina es una región distinta que hoy da pasos históricos hacia su unidad dentro de la diversidad. Al mismo tiempo, las encuestas de opinión al interior de los Estados Unidos muestran un apoyo mayoritario al acercamiento con Cuba, incluso superior entre la comunidad cubana, que cada vez más rechaza las políticas que los aíslan de su patria natal y de sus familiares.
Pero nadie se deje confundir con el análisis simplista de que son esas transformaciones los detonantes del 17 de diciembre. Es imposible pensar en ese decursar de los acontecimientos sin la resistencia del pueblo cubano y su determinación de sostener los valores fundacionales de la Revolución.
Y es un logro indiscutible de esa resistencia que el reconocimiento a la legitimidad de la Revolución se dé en vida del liderazgo histórico, que ha logrado conducir la nación en las más difíciles coyunturas, desde Girón a la caída del campo socialista, y el Periodo Especial en tiempo de paz que desencadenó ese suceso en nuestro país.
Quizá estas décadas hayan sido la prueba más dura para un país decidido a mantener su soberanía e independencia al lado de la principal potencia mundial, con una tendencia histórica a querer imponer su voluntad sobre una isla a solo 90 millas de la Florida.
Incluso esta nueva etapa que se abre está signada por la frase de que Estados Unidos ha cambiado sus métodos mas no sus fines. Pero difícilmente esa frase logre asustar a quienes han sufrido los peores métodos de la historia.
Medio siglo es mucho tiempo para una persona pero no para una nación.
Ahora estamos en mejores condiciones para sentarnos a discutir los grandes problemas que existen entre nuestros países, como la permanencia del bloqueo, y también muchos otros que trascienden el diferendo posterior a la revolución cubana, como la devolución del territorio de la ilegal Base Naval de Guantánamo.
Sin duda no será una tarea sencilla y ya se pueden ver las resistencias al interior de Estados Unidos, con una Cámara de Representantes aferrada a los millonarios presupuestos para la subversión hacia Cuba.
Queda mucho camino por delante a la hora de pasar de lo dicho a lo hecho, pero hoy es un día de celebración colectiva.
En la calle 16 de Washington a pocas cuadras de la Casa Blanca, donde hace cerca de un siglo está enclavado el edificio que se construyó para ser nuestra embajada y que después sirvió como sección de intereses, no solo ondeará una reluciente bandera cubana por primera vez en medio siglo. En el segundo piso se expondrá la enseña nacional que fue arriada el 3 de enero de 1961 y guardada celosamente por un funcionario hasta terminar en un museo cubano en Las Tunas.
Esa bandera es mucho más que un símbolo. Los pueblos que olvidan su historia, corren el riesgo de repetirla.
Junto a ella estará hoy en Washington una representación de la sociedad cubana, sus políticos, intelectuales, deportistas, científicos y religiosos, la base del país que hemos construido y, sobre todo, nuestro principal activo para alcanzar la nación a la que aspiramos. También asistirán medio millar de amigos de Cuba que durante estos años han trabajado por una relación distinta entre los dos países.
Y junto a todos ellos estarán los protagonistas de esta historia, 11 millones de cubanos y Fidel y Raúl.
Pero como dijo el Comandante en Jefe tras ganar una guerra en la que todos apostaban por su derrota: “No nos engañamos creyendo que en lo adelante todo será fácil; quizás en lo adelante todo sea más difícil”.
Entonces, como ahora y en los años por venir, nadie lo dude, ¡Vencimos y venceremos!
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