La utilización de organismos biológicos
como arma de combate o para acciones de terrorismo bilógico, se remonta
a las más antiguas eras de la humanidad, desde el mismísimo nacimiento
de la medicina y a partir del momento en que el hombre untó, por vez
primera, una flecha con alguna sustancia mortal. Del mismo modo, se
registra la utilización de gases tóxicos y animales contaminados para
transmitir enfermedades desde muy temprana fecha en la Historia, luego
de la gran división social del trabajo y el inicio de las clases, y, con
ello, el interés de los hombres de imponerse a grupos opuestos.
Asimismo, son múltiples las anécdotas que se relatan sobre la
contaminación de alimentos, de vinos y de las fuentes de abasto de agua,
para causar la muerte y/o enfermedad de personas y animales. […].
En nuestra América encontramos tribus de aborígenes que preparan una especie de dispositivo, en forma de tabaco, el cual hacen llegar a zonas enemigas, donde se producen afectaciones a la salud de sus habitantes […]. La Edad Media y la conquista de América recogen historias nefastas, que reflejan de manera elocuente el poder de transmisión de las enfermedades en forma epidémica, principio muy utilizado en las acciones biológicas.
La conquista de México, en 1519, estuvo marcada por la alta mortalidad de las poblaciones autóctonas. Los conquistadores españoles venían acompañados de una mortífera carga bilógica con sus animales: todo tipo de microorganismos, nuevos insectos y vectores nunca antes conocidos […] que redujeron la población del centro de México […]. El nordeste de Estados Unidos de América y el sudeste de Canadá tampoco se salvaron de los crímenes bilógicos de la conquista europea cuando, en 1793, el oficial británico J.A. Anhert introdujo – intencionalmente- la viruela, con fines genocidas contra las poblaciones indígenas en la entonces Nueva Escocia.
Tal vez el episodio epidemiológico más violento que recuerda la humanidad e ilustra la magnitud que puede alcanzar un fenómeno de este tipo, se registra cuando la Europa medieval, entre 1346 y 1353, fue azotada por la llamada peste negra o bubónica… enfermedad bacteriana aguda de los roedores provocada por la bacteria Yersina pestis [1] que se transmite de un roedor a otro, y de estos al hombre, por la picadura de ectoparásitos infectados […].
Ahora bien, no obstante los ejemplos anteriores, que muestran las posibilidades de utilización y los efectos de los medios biológicos no es hasta la Primera Guerra Mundial cuando se pone al descubierto que varios países produjeron y utilizaron medios biológicos en acciones combativas, como parte de su arsenal; incluso se conoce acerca de experimentos realizados con seres humanos. Entre estos países se detectaron Alemania y Japón.
El proyecto de guerra biológica se inicia en 1931, cuando las tropas japonesas ocupan las provincias nororientales de China, y el cirujano del ejército Ishii Shiro, convenció a sus superiores de que los medios biológicos podrían ser un arma de muy bajo costo comparativo, pero capaz de producir gran cantidad de bajas al enemigo. Y a continuación construyó todas las instalaciones imprescindibles, produjo los gérmenes necesarios, garantizó facilidades para la cría de insectos, una prisión para los seres humanos objetos de experimento, un arsenal para los dispositivos, una pista aérea, el crematorio y una zona de pruebas. Todo eso fue destruido por los propios japoneses al entrar las tropas soviéticas. […] Esta experiencia es tomada en secreto por los Estados Unidos de América. Se enriquece y fortalece con todo el potencial científico y del Complejo Militar Industrial, para ser utilizada, posteriormente, contra otros países- Corea, Vietnam y Cuba. Surge, además, una nueva modalidad en el uso de los medios biológicos: el bioterrorismo.
[…] Durante la Segunda Guerra Mundial es- otra vez- la Alemania fascista la que enriquece esta acción bélica, utilizando medios biológicos más elaborados y experimentados, incluso, con seres humanos. Desde el inicio de la contienda, Himmler organizó un campo de concentración que se destinaría a experimentos biológicos, para poner en práctica sus principios de «aristocracia de sangre». […].
[…] Después de la Segunda Guerra Mundial, los cuerpos armados estadounidenses han estudiado los parásitos, vectores y garrapatas de muchos países del mundo, en lo fundamental, en un centro de investigaciones de Egipto, vinculado con la Flota del Mar Mediterráneo, y un laboratorio de la ciudad de Lahore, en Paquistán, afín a la Universidad de Maryland […].
[…] Mediante esta ciencia novedosa los científicos de los laboratorios productores de medios biológicos para armas de combate y acciones bioterroristas recombinan todo tipo de gérmenes, parásitos y vectores capaces de producir afectaciones en cosechas y enfermedades en animales y seres humanos, creándoles características de resistencia a las drogas y los antibióticos, o propiedades más virulentas, logrando así los llamados «supergérmenes».
Fragmento tomado del libro Guerra biológica contra Cuba, editorial Capitán San Luis, La Habana, 2008.
En nuestra América encontramos tribus de aborígenes que preparan una especie de dispositivo, en forma de tabaco, el cual hacen llegar a zonas enemigas, donde se producen afectaciones a la salud de sus habitantes […]. La Edad Media y la conquista de América recogen historias nefastas, que reflejan de manera elocuente el poder de transmisión de las enfermedades en forma epidémica, principio muy utilizado en las acciones biológicas.
La conquista de México, en 1519, estuvo marcada por la alta mortalidad de las poblaciones autóctonas. Los conquistadores españoles venían acompañados de una mortífera carga bilógica con sus animales: todo tipo de microorganismos, nuevos insectos y vectores nunca antes conocidos […] que redujeron la población del centro de México […]. El nordeste de Estados Unidos de América y el sudeste de Canadá tampoco se salvaron de los crímenes bilógicos de la conquista europea cuando, en 1793, el oficial británico J.A. Anhert introdujo – intencionalmente- la viruela, con fines genocidas contra las poblaciones indígenas en la entonces Nueva Escocia.
Tal vez el episodio epidemiológico más violento que recuerda la humanidad e ilustra la magnitud que puede alcanzar un fenómeno de este tipo, se registra cuando la Europa medieval, entre 1346 y 1353, fue azotada por la llamada peste negra o bubónica… enfermedad bacteriana aguda de los roedores provocada por la bacteria Yersina pestis [1] que se transmite de un roedor a otro, y de estos al hombre, por la picadura de ectoparásitos infectados […].
Ahora bien, no obstante los ejemplos anteriores, que muestran las posibilidades de utilización y los efectos de los medios biológicos no es hasta la Primera Guerra Mundial cuando se pone al descubierto que varios países produjeron y utilizaron medios biológicos en acciones combativas, como parte de su arsenal; incluso se conoce acerca de experimentos realizados con seres humanos. Entre estos países se detectaron Alemania y Japón.
El proyecto de guerra biológica se inicia en 1931, cuando las tropas japonesas ocupan las provincias nororientales de China, y el cirujano del ejército Ishii Shiro, convenció a sus superiores de que los medios biológicos podrían ser un arma de muy bajo costo comparativo, pero capaz de producir gran cantidad de bajas al enemigo. Y a continuación construyó todas las instalaciones imprescindibles, produjo los gérmenes necesarios, garantizó facilidades para la cría de insectos, una prisión para los seres humanos objetos de experimento, un arsenal para los dispositivos, una pista aérea, el crematorio y una zona de pruebas. Todo eso fue destruido por los propios japoneses al entrar las tropas soviéticas. […] Esta experiencia es tomada en secreto por los Estados Unidos de América. Se enriquece y fortalece con todo el potencial científico y del Complejo Militar Industrial, para ser utilizada, posteriormente, contra otros países- Corea, Vietnam y Cuba. Surge, además, una nueva modalidad en el uso de los medios biológicos: el bioterrorismo.
[…] Durante la Segunda Guerra Mundial es- otra vez- la Alemania fascista la que enriquece esta acción bélica, utilizando medios biológicos más elaborados y experimentados, incluso, con seres humanos. Desde el inicio de la contienda, Himmler organizó un campo de concentración que se destinaría a experimentos biológicos, para poner en práctica sus principios de «aristocracia de sangre». […].
[…] Después de la Segunda Guerra Mundial, los cuerpos armados estadounidenses han estudiado los parásitos, vectores y garrapatas de muchos países del mundo, en lo fundamental, en un centro de investigaciones de Egipto, vinculado con la Flota del Mar Mediterráneo, y un laboratorio de la ciudad de Lahore, en Paquistán, afín a la Universidad de Maryland […].
[…] Mediante esta ciencia novedosa los científicos de los laboratorios productores de medios biológicos para armas de combate y acciones bioterroristas recombinan todo tipo de gérmenes, parásitos y vectores capaces de producir afectaciones en cosechas y enfermedades en animales y seres humanos, creándoles características de resistencia a las drogas y los antibióticos, o propiedades más virulentas, logrando así los llamados «supergérmenes».
Fragmento tomado del libro Guerra biológica contra Cuba, editorial Capitán San Luis, La Habana, 2008.
[1] Es un bacilo Gram negativo anaerobio facultativo y patógeno primario, del género Yersinia, que produce en el ser humano la peste pneumónica, la peste bubónica y también la peste septicémica, aunque la última es muy poco común. Tomado de http://es.wikipedia.org
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