Este 30 de junio nos remonta a aquel domingo de 1957, del cual hoy conmemoramos 59 años
Este 30 de junio nos remonta a aquel domingo de 1957, del cual hoy
conmemoramos 59 años, en que en desigual enfrentamiento ante sicarios
del batistato, caen en las calles de Santiago de Cuba los valerosos
jóvenes del Movimiento Revolucionario 26 de Julio (MR-26-7), Josué
País García, Floromiro Bistel Somodevilla, “Floro”, y Salvador Alberto
Pascual Salcedo, “Salvita”.En la tarde de ese día, asumen junto a otros combatientes clandestinos la misión de boicotear un mitin politiquero en el céntrico Parque Céspedes, cuyo principal organizador era Rolando Masferrer Rojas, gángster devenido senador y jefe del grupo paramilitar de torturadores y asesinos conocido por “Los Tigres”.
Con el despliegue militar y la presencia de testaferros cercanos al tirano, como Anselmo Alliegro, Rafael Díaz-Balart, Justo Luis del Pozo y el propio Masferrer, pretendían una demostración de fuerza ante el auge revolucionario en la provincia de Oriente, por la victoria rebelde en el combate de Uvero dirigido por Fidel el 28 de mayo.
Si bien Santiago de Cuba reflejaba una ciudad sitiada con policías y soldados apostados en las esquinas, y carros patrulleros recorriendo las calles desiertas, lejos de quedarse con los brazos cruzados el movimiento revolucionario decidió resueltamente contrarrestar aquellos planes de los acólitos del régimen.
Frank País García, líder nacional del frente de Acción y Sabotaje del MR-26-7, decidió la colocación en la mañana, por su hermano Agustín, de un artefacto explosivo en el alcantarillado existente debajo del espacio destinado a la tribuna, que debía estallar a las 4:00 de la tarde, hora prevista para el comienzo del mitin.
Un grupo de combatientes urbanos subordinados a Armando García, iría en la concentración llevando consigo armas cortas y pequeñas bombas caseras, que serían lanzadas contra la tribuna, pero al no producirse la detonación esperada resulta imposible cumplir la tarea.
Por la propia señal explosiva aguardan otros dos comandos (el que preside Josué y un segundo grupo dirigido por Ernesto Matos e integrado por Joaquín de las Mercedes Quintas Solá, Fernando Tarradel y un compañero conocido por “El mexicano”), para ocupar dos autos y producir disparos en desafío a los cuerpos represivos.
Al no oír la detonación, Josué trata de comunicarse con Agustín Navarrete Sarlabous, “Tín”, jefe de Acción en la provincia, quien debe autorizar su salida, pero no es posible lograrlo, ya que desde el teléfono de aquel se están realizando interrupciones de boicot al acto por compañeros de la empresa telefónica.
Estos técnicos militantes del movimiento, interrumpen varias veces la transmisión del acto hacia emisoras radiales de la capital y logran mezclar de forma simultánea a las intervenciones que tienen lugar, varias consignas revolucionarias como: ¡Viva Fidel! ¡Viva la Revolución! ¡Abajo Batista!, que son escuchadas en toda la Isla.
“La Tía Angelita” (Gloria de los Ángeles Montes de Oca), dueña de la casa donde se oculta Josué, intenta calmarlo, pero él decide que “Floro”, quien se encuentra a su lado, y Salvador, con el cual se mantiene en contacto, salgan a ocupar de inmediato el vehículo de alquiler orientado para partir a cumplir la misión asignada.
Similar decisión toma el comando de Matos. Tarradel y Quintas se dirigen a ocupar un automóvil en la piquera de Carretera del Morro, pero interceptados por un jeep del Servicio de Inteligencia Regimental (SIR) del cuartel Moncada, hieren mortalmente a dos de los sicarios, y escapan a pie en dirección a Aguadores.
El propietario del auto ocupado por el comando de Josué no tardó en ponerlo en conocimiento de la policía, la cual circula de inmediato el número de la matrícula a través del sistema de microondas. Ajenos a esa situación y acompañados por Belkis, Elsa y Gloria, hijas de la Tía Angelita, los jóvenes parten en el vehículo.
Josué va armado de una pistola P-38 y algún parque para la misma, “Floro” porta una escopeta recortada y varios cartuchos. Salvador conduce el Chevrolet hacia las proximidades del Paseo de Martí, donde por razones de seguridad dejan a las acompañantes, quienes antes insisten en continuar la misión.
Al tomar Martí en bajada, un patrullero que se desplaza detrás inicia su persecución al comprobar que se trata del automóvil circulado. Un breve intercambio de disparos tiene lugar entonces entre los dos carros. Salvador acelera la velocidad, pero uno de los proyectiles de los policías perfora un neumático trasero.
Al llegar a la intersección del paso ferroviario y la esquina de Crombet el auto cae en una emboscada entre dos fuegos, frente a otro patrullero estacionado allí y la presencia de una veintena de soldados que a pie patrullan el área. Todos descargan sus armas prácticamente de forma homicida contra los tres combatientes.
Del aluvión de impactos “Floro” y Salvador resultan acribillados antes de poder salir del vehículo, mientras Josué, pistola en mano, sale del mismo en actitud combativa. La cacería se proyecta ahora sobre él, cayendo herido al pavimento.
Sus movimientos indican que aún vive, cuando llega al escenario el teniente coronel José María Salas Cañizares. “Masacre”, como le apodaban los santiagueros, dispone que el cuerpo del herido sea trasladado a Emergencia, no sin antes llamar aparte a su gavilla de asesinos para que lo ultimen en el trayecto.
Es así como ofrendan heroicamente sus vidas Josué, Floro y Salvador. Consternado, Frank País describe en un poema lo inmenso de sus sentimientos por el hermano querido, a la vez que por todos los caídos revitaliza su inteligencia y energías para continuar el camino hacia la definitiva liberación nacional.
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